martes, 31 de julio de 2012

Amores Relámpagos©

Pedro empacó sus maletas temprano en la mañana. Después de ponderar por cuatro días sobre su escape, decidió que era una de las mejores ideas que había producido su cabeza luego de enamorarse de Luisa.

Era de estos chicos que, con el pasar de los años, aprendió a distinguir y consevar sólo lo enriquecedor de sus aventuras y descartar lo inservible. Su romance con Luisa, la que consideró la mujer de sus sueños, fue cual estrella fugaz. Bello, cautivador y lleno de esplendor pero rápido en llegar a su fin.

Por eso huía.

Ya no sentía lo mismo. Percibía cambios drásticos en la manera de su amada y estaba harto de los malos tratos. Adicional al drama, se sentía atraído hacia una francesa, producto de los desamores compartidos por Internet durante los últimos dos meses.

Con trozos de nostalgia en sus ojos recorrió el apartamento, quien había servido como nido caluroso para sus amores. Tiró un pequeño suspiro al vacio de sus adentros y salió por la puerta, prometiendose no volver jamás.

Los rayos anaranjados lo acompañaron al auto y le sostuvieron la puerta por varios segundos, quizás para prevenir su partida. Sin embargo, armandose de valor apretó el guíe fuertemente, como quien se monta por primera vez en la montaña rusa y lo encendió. De la gaveta del coche sacó los pasajes y mirandolos con asombro murmuró: "No puedo creer que esto realidad."

Si su amigo Marcos le hubiese preguntado en ese preciso instante cómo se sentía, él no le sabría contestar con precisión. Sólo percibía como dentro de sí emanaba una fuerza que llenaba cada recoveco de su pecho con nuevas esperanzas y nuevos comienzos. Y mientras se encaminaba al aeropuerto, sentía cómo su pasado desaparecía lentamente con la puesta de sol a sus espaldas.